Decir pone en escena un largo poema en dos partes que se ramifica en tres presencias: la lectura, la música y la imagen. Durante la obra, la escritura, a la vez que pone en tensión sus materialidades (sonido, imagen y sentido), funciona: diseña nuevas relaciones entre elementos diversos que encuentran allí un cosmos en común. Lo que produce el ensamble opera no tanto como ‘musicalización’ del texto sino más bien como focalización y potencialización. La imagen, a su vez, se desdobla en otras tantas formas de aparición, explora la conexión o desconexión entre el ensamble y la escritora—dos caras de una misma voz que dramatizan la pregunta por cómo decir—y es caja de resonancia de la pregunta por el territorio: ¿cómo un cuerpo está presente?, ¿cómo una voz se hace un lugar?